Mis años universitarios pueden dividirse claramente en dos étapas; cuando mi círculo eran los ñoños, y la otra cuando conocí a este pequeño grupo de gente con intereses bastante parecidos a los mios, con el mismo rechazo social y con la misma sed de venganza y desprecio por el común denominador del resto de mis compañeros (la polera polo, el chaleco al cuello y el aro de perla era el estilo imperante).
Entre tragos y cigarros baratos juramos nunca separanos, en los ratos en que ya el alcohol se apoderaba de nosotros prometiamos amistad eterna por sobre toda las cosas y no concebiamos la vida entre la juventud Udi sin nuestra dosis de vino tinto y tabaco barato diaria.
De las promesas sólo queda el recuerdo y de los amigos eternos ninguno. Mantengo contacto con sólo una persona de ese grupo, cada viernes nos juntamos y a veces hasta nos emborrachamos recordando esos momentos y mantenemos ese desprecio por el resto; la plata es lo nuestro, la buena vida y las ganas de tener algun día tanto dinero como para poder jugar con la vida de las personas. Con el resto no sé qué pasó, siendo sincero, me importa bien poco; la mayoria se ganó el sin admisión en el messenger y de paso en mi vida. Uno de ellos aún tiene ese derecho, pero no lo quiere; porque le asusta, le complica, lo encuentra nada que ver; yo francamente ya no estoy para eso, es en mi frecuencia o simplemente no es, con mis reglas, con mi música y mis libros, es ahora o es nunca.