sábado, noviembre 20, 2010

Y de qué sirvió.-

En la radio sonaba Nirvana, la voz de Kurt se desgarraba junto a su guitarra mientras las gotas de lluvia corrian por la ventana del dormitorio. Era una mañana de agosto, un sábado, en el que ella no aguantó más los golpes, los gritos, los llantos ahogados y el olor a alcohol con el que despertaba cada mañana.
Lo decidió temprano, cuando lo miraba acostado aún con la sangre de sus mejillas en los puños. Tenía el rostro dormido así como también sus pensamientos, no supo como llegó a la cocina y puso a hervir leche para el niño, mientras su mirada estaba perdida en el mantel de flores de la mesa de la cocina, donde había terminado lo noche anterior después de un golpe que le rompió una costilla, pero ya no sentía dolor y mientras miraba el vació se preguntaba cuando se había roto esa promesa de amor adolescente a la cual sucumbió cuando aún no dejaba el jumper escolar.
De pronto se vió con un cuchillo de cocina en la mano, empapada de sangre que no era la suya, estaba fuera de si, como flotando, viendose a si misma acabar con el dolor. Se levantó, cerró la puerta del dormitorio y tomo una ducha, hacía ya mucho tiempo que no sentía esa sensación de alivio, el temor se había ido.
La policia se la llevo esa misma tarde, apareció casi sonriente en el noticiero central, nunca dijo una palabra hasta el día que la condenaron a una decada de cárcel, con la mirada fija hacia el final de la sala musitó; y nunca sirvió de nada llamarlo maricón.